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sábado, 27 de agosto de 2011

En Monterrey ya no podemos ir a ningún lado: ni a los restaurantes, ni a caminar a la plaza

Sanjuana Martínez
Monterrey, Nuevo León  

El olor a muerte penetra la nariz. Martín Alonso Moreno, agente de averiguaciones previas de la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León, trae expedientes en la mano con una foto de cada cadáver. 

Los familiares se amontonan a su alrededor. Han empezado a llegar desde la madrugada y permanecen afuera del anfiteatro del Hospital Universitario. “Los estamos identificando. Todo sirve, ropa, tatuaje, lunares. 

Necesitamos que empiecen a ver quiénes son sus familiares. Tenemos también video, y si alguien quiere pasar, puede ver los cuerpos”.

A Blanca de la Peña Guerra se le humedecen los ojos. No quiere ni ver las fotografías, pero sabe que su hermana Sonia puede estar entre las víctimas. Anoche sólo encontraron su coche en el estacionamiento del casino Royale. “Tal vez salió corriendo y está viva. Dios quiera. Estamos desesperados”, expresa mientras una de sus cuatro hermanas la anima a seguir la identificación.

A un lado de ellas hay dos carrozas. Los vendedores de cuatro empresas funerarias las abordan. Juanita Chávez, de las capillas Valle de la Paz, ofrece el servicio a 11 mil 300 pesos. Afirma que se encontró con la sorpresa de ver a varias de sus amigas del bingo en la lista de fallecidas. 

Todos los mediodías utilizaba su hora de comida para jugar en el casino Royale. “La mayoría de la gente iba a esa hora para distraerse un rato. Era un lugar de diversión. En Monterrey ya no podemos ir a ningún lado: ni a los restaurantes, ni a caminar a la plaza.

Tampoco podemos salir en la noche. Los asesinos fueron a las 3:30 porque sabían que iba a estar lleno. Ese día me equivoqué de retorno cuando iba en mi coche y una amiga me alertó: ‘No vayas. Está la humareda’. Toda la noche me la pasé llorando. Eran trabajadoras de allí; las que te depositaban el dinero en las tarjetas. Coincidía con ellas todos los días”.

Dos sicólogas del Instituto de las Mujeres intentan proporcionar ayuda. La mayoría de los fallecidos eran del sexo femenino. Fueron identificadas 35, entre ellas Clara María Espinosa Vega, de 19 años. Tenía dos días trabajando en el casino como runner. Su madre, Guadalupe Vega Medellín, se había opuesto a que laborara en ese lugar. “Sólo Dios sabe por qué hace las cosas”, dice con la mirada perdida. Agrega que espera “la orden de salida del cuerpo”. El día del ataque estaba viendo la televisión cuando interrumpieron el programa para dar la noticia.

“Inmediatamente le hablé por teléfono a su celular y contestó otra persona. Eso ya no me gustó. Desde allí supe que había pasado algo. Me fui afuera del casino. No nos dieron información. A la una de la mañana me enseñaron las fotos y luego luego la saqué. Comparada con otros, mi hija estaba bien. Hay gente muy quemadita”.

Guadalupe guarda silencio un rato. Se limpia las lágrimas y sigue hablando: “Cuando vi su rostro me di cuenta que no sufrió. Fue más que nada la intoxicación. Le doy gracias a Dios. Sólo se desvaneció. Y ya”. En ese momento llega su hermano. Lo abraza y entre sollozos le dice: “Es un castigo divino”. Él la consuela: “De castigo, nada. El castigo es para esos hijos de la chingada que van a pagar lo que hicieron. La van a pagar”.

La gente a su lado espera sentada para hacerse las pruebas de ADN. Hay nueve cuerpos totalmente calcinados y los familiares tendrán que esperar tres días para cruzar los datos.

“Se la hizo (la prueba) mi sobrina. Mi cuñada no aparece, ni está en la lista de fallecidos”, señala un hombre mientras consuela a su esposa.


Ofrenda y luto

La zona del casino Royale continuó cerrada. Con un fuerte dispositivo de seguridad, Felipe Calderón llegó acompañado por su esposa Margarita Zavala y el gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina. Los familiares de las víctimas no pudieron acceder al lugar.

El Ejecutivo sólo estuvo con la comitiva oficial alrededor de cinco minutos y se fue, luego de guardar un minuto de silencio en homenaje a las víctimas.

Raúl Carlos Cavazos viste camisa y pantalón negro. Usa lentes de sol para ocultar las lágrimas que le corren por las mejillas. Su madre, Aída Cavazos, de 62 años, perdió la vida en el casino. “Felipe Calderón se está equivocando con esta guerra. Las víctimas no podemos presumir que esta lucha sea por nosotros, es por México, pero se está equivocando al permitir que los gobernadores sigan en la corruptela. Estuve en su campaña, tengo 19 años en el PAN y le pido que escuche: necesita construir una patria generosa, necesita no dejar en manos de otros nuestro destino”, asevera.

Cuenta que su mamá era asidua a los casinos. “Ella iba a distintos establecimientos a divertirse. No hay nada que hacer. El gobierno no nos da alternativas de sano esparcimiento. No hay cultura. La gente mayor se aburre en la casa y no encuentra que hacer”.

Encontraron a Aída Cavazos junto a una decena de mujeres: “Estaba con sus amigas. Huyeron al baño. Se intentaron refugiar allí. Habían sufrido incidentes parecidos en otros casinos y se escondían en el baño. Creyeron que allí estarían a salvo”.

Se indigna. Desde lo más profundo surge un sollozo prolongado, desgarrador. Y continúa hablando: “Se me entrecorta la voz porque mi madre era una persona trabajadora, incansable, entusiasta.

Este es un hecho terrorista. Habla de que no tenemos un estado de derecho. Hay impunidad. Lo que más duele y lo que más nos trastorna es que los gobiernos están en manos de gente irresponsable. Estamos solos. Estamos muy tristes, desconsolados, destrozados. No lo siento sólo por mi madre, sino por los miles de mexicanos que están sufriendo. No nos van a asustar. Aquí vivimos, no nos podemos ir. Este México no es de ellos. No nos lo van a quitar”.

Raúl identificó el cadáver de su madre junto a otros familiares. El agente Martín Alonso Moreno intenta apoyarlos en el trance de reconocer a las víctimas: “Es muy difícil. Me ha tocado atender a gente conocida, vecinos, amigos. Ni modo. Hay que hacer el trabajo”.

lajornada.unam.mx

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