domingo, 11 de septiembre de 2011

Tenía 10 años, cuando un buen día decidió ya no sufrir más

La imagen ilustra como algunos menores viven en el abandono. (venelogía.com)
Eric Galindo
SIPSE
Cancún, Quintana Roo 

Abimael, no recuerda que mes fue, sólo se le viene a la memoria que transcurrían los primeros meses del 2003 cuando tomó una navaja y se tatuó en el pulgar de la mano derecha el número 10, su edad, en la que decidió ya no ser maltratado, golpeado y torturado con chile en los ojos.

Desde entonces es libre y hace lo que quiere; vive su vida.

Actualmente tiene 18 años, es agente de seguridad privada y con su silbato recorre la calle 137 de uno de los fraccionamientos al norponiente de la ciudad.

Tiene el turno de la madrugada, llega a la artería a las 20 horas y se retira a las 5 horas todos los días.

Nació en Veracruz, pero se crió en Chiapas, a su corta vida ha sido drogadicto, ladrón, pistolero, pero ya se ha regenerado un poco: no roba y está dejando de inhalar cocaína, se quita la sensación de la droga fumándose un cigarro, al cual ahora es adicto.

¿Qué horas tienes?

Fue la pregunta que dio pauta a la charla, a la leyenda urbana.

Abimael sostiene una bicicleta con la mano izquierda y con la otra un cigarrillo que se lleva a la boca y expulsa bocanadas de humo

¡Don!, soy el vigilante!
¡Para qué estamos parados…!
¡Vamos a sentarnos!, dice mientras se acomoda en la guarnición de la banqueta.

Narra su vida como pequeñas historias que va hilando conforme avanza la noche.

Los primeros cinco años de su vida fue hijo de papá y mamá.

Fue testigo de cómo su padre, en un arranque de locura, macheteó a su madre que estuvo a punto de morir.

Estaba cegado por la droga.

Desde ese momento quedó marcado.

Los 17 hermanos que tenía fueron distribuidos a familiares, amigos, conocidos.

Su madre en el hospital y su padre huyendo de la justicia.

Abimael, fue a parar a la casa de una señora, los peores momentos de su vida, la recuerda y aún la odia; tiene ganas de matarla todavía.

“Era una mujer cruel”, así la describe.

Cortaba de una mata chile “machito”, “pero del que pica harto y me lo untaba en los ojos”, recuerda y le da coraje.

Fueron cinco años de tortura, maltrato y explotación laboral.

Era pequeño y débil, desquitaba su coraje cortándose con algún filo los brazos.

Tenía 10 años, cuando un buen día decidió ya no sufrir más, tomó una navaja y en el pulgar de la mano izquierda se dibujo el número 10.

A partir de ese momento se prometió que jamás nadie le iba a poner una mano encima.

De pronto, Abimael, brinca a otro momento de su historia, cuando era ratero y drogadicto.

Se fue a vivir en la ciudad que conoce como el Benemérito de las Américas, que se localiza en la frontera entre Guatemala y Chiapas.

Una zona muy peligrosa, ahí tienes que estar armado, siempre mantenía oculta su pistola calibre 22.

Allá no existe la ley. La ley es la del más fuerte, si matas a alguien la familia del “muertito” te va a buscar, no es la Ley.

En una ocasión estuvo cerca de matar a su amigo, cómplice y compañero de adicciones.

Cuando le apuntó jugando, a unos centímetros de su rostro jaló el gatillo y salió la bala, pensó que estaba descargada.

Le gustaba robar dinero, alhajas y armas de fuego.

Él mismo se alaba, porque en sus años de ratero nadie le cayó, solo una vez un chavito al que convenció de no gritar y a cambio le daba su balón de fútbol.

Después con el dinero que se llevó de su casa se compró otro.

Con el dinero que obtenía de sus robos se compraba droga.

A los 11 años empezó a drogarse.

Su hermano fue quien lo incursionó en este mundo.

La onza de cocaína le costaba tres mil pesos, en una noche de parranda con sus amigos, se compraban hasta tres, les duraba un día o día y medio.

El tiempo pasó muy rápido, son las dos de la madrugada y tiene que dar un rondín por las calles del fraccionamiento, deja en pausa su historia para otro día de charla.

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