Por trabajar en esto para sacar adelante a sus hijos ha sufrido humillaciones, burlas, golpes y sinsabores
Chihuahua
Lupita era una provocación a los sentidos. Mujer de cabello teñido y largo, ojos sensuales, labios entreabiertos, senos grandes de caída natural, era una mujer hermosa y eso la llevó a convertirse en una mujer de la acera. Arrojada por la necesidad económica, tenía dos hijos que demandaban atención y alimentación. No tenía otra alternativa que entrarle a la prostitución, era un trabajo bien remunerado y el horario lo fijaba ella.
Sentada en la entrada de un hotel de una céntrica calle de la ciudad espera con paciencia a un cliente. Si bien ser prostituta es un trabajo denigrante, el dinero que le pagan los hombres por un rato de placer le ha ayudado a sacar adelante a sus dos hijos, incluso uno de ellos está por terminar su carrera universitaria.
Ataviada con un vestido azul rey con escote pronunciado, medias y botas color negro, busca llamar la atención de los hombres que deambulan en la zona. “Ándale, anímate mijo, dos es lo menos”, le dice a un hombre que se acerca a preguntar por sus servicios, a la vez que afirma que lo más difícil es aguantar a los clientes, pues le ha tocado conocer toda clase de personas, desde alcohólicos, drogadictos, hombres muy “rectos” y hasta delincuentes; ha aprendido a atender sin reparos los gustos más perversos. Ha sufrido humillaciones, burlas, golpes y violencia en todas sus modalidades. Desde hace 20 años inició en las artes amatorias.
Tiene que tolerar los malos olores de axilas, pies y todo lo demás. “Uno nunca se acostumbra, con asco y todo, sólo se sobrelleva, y al otro día que no se acuerde uno, porque si no ya no come”.
Lupita ahora tiene 54 años, pero recuerda que una amiga de ella se dedicaba a ese oficio y fue quien la llevó. Su amiga ya murió y ella continúa en la lucha por los clientes. La primera vez no quiere ni recordarla. “Acostarse con alguien que no conoces no es sencillo”.
La vulnerabilidad en la que se encuentran es extrema, muchos de los clientes piensan que pueden maltratarlas, pero se impone su astucia. “Se tiene que ser más inteligentes que ellos, si le pegan a uno, nunca hay que contestarles los golpes, porque se ponen más furiosos”.
Ella no tiene un horario establecido, todo depende del dinero que gane. Por lo general inicia sus labores domésticas dando desayuno a su hijo universitario, incluso lo lleva a la escuela y regresa a la casa para realizar la limpieza. Una vez que termina sus labores domésticas se va a trabajar.
De su casa sale vestida como cualquier mujer, con jeans y tenis, y al llegar al hotel donde regularmente se para para conseguir clientes, se transforma. Se viste para trabajar. Afirma que tiene que invertir bastante dinero para comprarse los vestidos sexys y medias. Se esmera en el maquillaje, sobre todo en su boca roja, así como en el peinado. Llega alrededor de las 10:00 horas y se va como a las 13:00 horas, tiene que regresar a su hogar a preparar la comida.
Si la suerte la acompaña en la mañana y obtuvo buenos ingresos, no regresa por la tarde, pero desde hace años no se puede dar ese lujo, por lo que tiene que regresar a la faena.
El negocio es duro. La crisis también la notan. Los precios de ella son de 200 pesos por media hora, la felación la cobran aparte, pero Lupita no se dedica a eso. Su meta es llegar a tener una boutique de ropa de moda, pues afirma que ya está cansada.
“No crea que se gana mucho, a veces se está uno 4 o 5 horas sin hacer nada”. Las horas se me hacen interminables, peor cuando las nubes se confabulan contra las mujeres de la acera. Con frío aún es peor. No existe refugio alguno y tienen que soportar las inclemencias.
Los tiempos han cambiado, en otros años se estaba dos o tres horas y ganaba hasta 3 mil pesos, ahora en ocasiones sólo gana 200 pesos. Hace unos 10 años bajó la chamba para todos, entre ellos, para estas mujeres, a quienes en varias ocasiones las han corrido de la zona.
Lupita afirma que este trabajo le ha dado para mantener a sus hijos y sacarlos adelante, incluso también para viajar a visitar a la Virgen de Guadalupe hasta la Basílica en la Ciudad de México. “Tienes que saber administrarte y ahorrar, porque si te gastas todo lo que ganas, nunca vas a tener nada, no se puede quedar uno con los brazos cruzados”.
Desde hace 20 años que inició en el negocio tiene un amigo fiel, quien siempre la busca, sin embargo Lupita cerró su corazón, no se ha vuelto a enamorar ni tampoco a confiar en los hombres; “conforme pasa el tiempo vas viendo a los hombres con asco y sólo los buscas para el dinero”.
En esta administración municipal es la primera vez que se preocupan por las mujeres de la calle, pues les han ofrecido becas para sus hijos, y Lupita ha podido acceder a una de estas becas. También les ofrecieron cursos de primeros auxilios, estilismo y manualidades.
“Le agradezco a Marco Quezada, porque es el único que se ha preocupado por nosotros, pero ahora le pedimos que nos dé un lugar para trabajar”.
Lupita y sus compañeras destacaron que es necesario que les destinen un lugar seguro para trabajar; ellas están en la incertidumbre, ya que no saben si está contemplada una zona de tolerancia para que ellas puedan seguir ejerciendo el oficio.
Lupita tiene miedo de que al salir la administración municipal las vuelvan a correr. Ellas no cuentan con seguridad social ni apoyos de ningún tipo. Entre ellas se ayudan y se apoyan, pues en el oficio han aprendido a ser solidarias.
Reportaje por Venessa Rivas Medina