jueves, 14 de abril de 2011

Capturar o no capturar a los líderes de las organizaciones criminales: falso dilema.

Durante mucho tiempo hubo quienes presentaron este dilema como si fuese real y optaron por no imponer el Estado de Derecho. Para el Gobierno Federal la desarticulación de las organizaciones criminales ha sido uno de los principales objetivos de la Estrategia Nacional de Seguridad.

Alejandro Poiré Romero
Durante mucho tiempo hubo quienes presentaron este dilema como si fuese real y optaron por no imponer el Estado de Derecho. Para el Gobierno Federal la desarticulación de las organizaciones criminales ha sido uno de los principales objetivos de la Estrategia Nacional de Seguridad. Apenas en marzo de 2009 la PGR publicó la lista de los 37 líderes criminales más buscados y al día de hoy hemos neutralizado a 20 de ellos. No es un mérito menor, se requiere un gran trabajo de coordinación entre las áreas de inteligencia y las operativas.

Sin embargo, en la opinión pública han surgido voces que han promovido la idea de que la neutralización de un narcotraficante de altos vuelos es el factor que detona la violencia. Con el mal uso de la aritmética, afirman que las detenciones han “multiplicado” el número de organizaciones criminales. Lo cierto es que no se multiplicaron, se dividieron. Son más débiles y fragmentadas. Los liderazgos que quedan son más débiles y se han atomizado en busca de su supervivencia.

Aunque esto no es condición suficiente para lograr la tranquilidad y la reducción de la criminalidad, sí es una condición necesaria para frenar el crecimiento de las organizaciones criminales. Cuando se detiene a un líder criminal se le quita a una organización que se dedica a delinquir uno de sus atributos principales, a quien le daba dirección o coordinaba la logística del trasiego. La dimensión que alcanzaron algunas organizaciones no hubiera sido posible sin la impunidad que mantuvo en la calle a los criminales. Hoy no tendríamos este problema si hubieran sido combatidos con toda la fuerza del Estado.

En definitiva, es ilusorio pensar que estos terribles criminales pueden ser dejados en paz sin que eventualmente paguemos como sociedad el costo de la inacción.

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