viernes, 23 de septiembre de 2011

¡Odio a México!


Adriana Varillas
Corresponsal
El Universal
Cancún, Quintana Roo

Cancún fue su estreno. Bonita aunque muy demacrada. Joven, pero con cuerpo de púber. Le “jala” a la cocaína “para aguantar”, mas no es adicta. Carece de esperanza sobre el destino de México, al que odia, pero alberga sueños acerca de su propio futuro.

Confiaba en el Ejército Nacional hasta que vio cómo un grupo de militares entró a un table dance localizado en la zona centro de Monterrey.

Esos miembros del Ejército arrinconaron a los clientes, desnudaron a las mujeres y, en tumulto o por separado, las sometieron en escaleras, pasillos y habitaciones.

“Pensé que iban a ayudarnos, pero llegaron a violarnos a todas. Es feo porque se supone que ellos están para ayudar y nos chingaron”. Ella “la libró”, la dejaron ir, ilesa.

Con apenas 19 años, esta joven de ojos enormes y lánguidos, sabe de lágrimas y de dolor. Un padrastro violento, que la humilló y la vejó desde su infancia. Una madre que lo permitió y que sólo la presiona para que le envíe dinero, sin que importe ya el origen. Sin que le importe ella.

Un embarazo a los 17 años, cuyo producto perdió cuando el hombre de 25 con quien vivía, pateó fuertemente su vientre una y otra vez. El aborto fue inmediato.

Con todo y eso también sabe sonreír. No sólo lo hacía cuando fingía frente a un cliente, también lo hace cuando alguien tiene un gesto de humanidad con ella.

Es genuina, directa. Sabe más de traiciones que de ternuras y, dentro de su mundo de infinitos peligros, dice, sólo le aqueja un miedo: la soledad.

Se dice desencantada del mundo, pero aún conserva un aire de inocencia en la sonrisa.

También mantiene un par de ilusiones. Una de ellas es casarse de blanco porque, considera, “el matrimonio es sagrado”. La otra es tener un hijo.


Trabajo de “edecán”

“Vivo sola desde los 15 años. Me salí de mi casa y tenía muchos gastos. Se me vino el mundo encima. Me dijeron que como modelo iba a ganar mucho dinero”, recuerda.

Entonces una conocida la contactó con una “agencia de edecanes” que opera en Monterrey. Ahí le tomaron varias fotos, las enviaron a las oficinas en Cancún, le ofrecieron mil 200 pesos de sueldo por día, más lo que ella pudiese sacar “como edecán”; le aseguraron que le reembolsarían el boleto de avión y que en este centro turístico las hospedarían en un departamento de lujo, en la zona hotelera.

La realidad fue otra: la llevaron a una suerte de cuartería en una zona popular de la ciudad, lejos de la suntuosa zona hotelera, y no le devolvieron el dinero del boleto de avión.

Después se encontró con que su función no sería la de edecán ni la de modelo, tampoco la de hostess: el tratante que enganchaba a todas las chicas que llegaban ahí —un tipo de 35 años— la “estrenó”.

“No tenía para regresarme a mi casa”, recuerda.

Esa misma noche tuvo su iniciación como bailarina.

Atendió a su primer cliente, pero no tuvo sexo con él.

“Ese día tuve mucho miedo. Me daba no poder bailar bien. Cuando me quité la ropa casi me daba un infarto. No quería, pero me lo exigieron y me gritaban que lo hiciera.

Dice que siempre sintió temor de irse con un cliente y que le pase como a una amiga que se fue con el capo y terminó asesinada al igual que él.

Esta chica que creció en un hogar en extremo violento, que estudió hasta la preparatoria, que huyó de su casa para evitar maltratos y los halló también con su pareja, odia a México.

“Odio a mí país y quisiera no vivir aquí. Todos somos corruptos, hay demasiada inseguridad; me avergüenzo de México, no le veo sentido como país y no creo que pueda ser rescatado por nadie. Aquí no hay salvación”, reprocha.

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