sábado, 26 de octubre de 2013

Tijuana / Homicidas, traficantes, adictos...todos se arrepienten


Francisco (izq.), cumpli� m�s de 50 a�os en prisi�n; Arturo (der.) ha estado en tres penales
Tijuana
Laura Sánchez 
Corresponsal

Los homicidas, los traficantes de drogas, los adictos, todos se arrepienten. De pronto, solos y en reclusión, se dan cuenta de que ya han purgado sus pecados. Dicen que de pronto un día, que pareciese ser igual de monótono que cualquier otro, se dan cuenta de que ya pasaron 50 años y han recuperado su libertad. Pero a partir de ese día también comprueban que a los “arrepentidos” nadie los quiere.

“¿Yo para qué quiero mi libertad? Le pedí a Dios que antes de que llegara ese día me llevará, pero no ha querido. Llévame ya, llévame ya. Ya voy a morir. Ya qué”. Francisco Robles es un hombre que ya no camina. De pelo blanco y surcos en el rostro, se ha pasado prácticamente toda la vida encarcelado en dos prisiones federales. El frío de esas cuatro paredes atrofió sus huesos, que los años de reclusión volvieron de “cristal”.

Sus ojos grises brillan, aunque no derrama ninguna lágrima al recordar que pasó la vida en prisión por homicidio: asesinó a su mujer, que lo abandonó y se fugó con otro, dejándolo con un bebé en brazos. Recuerda que la amó tanto que incluso el mismísimo día que la encontró le dijo: “Todo está perdonado”.

A continuación, la apuñaló en el vientre con un cuchillo de bolsillo. Ese día no se arrepentió porque “ya estando la masa amasada, ya qué”. Casi 50 años después, Francisco repite insistentemente que ya no puede. En tono quedito, casi como un lamento e interrumpido por la tos crónica que lo acecha, dice que en la libertad ya no hay nada.

Es de mañana y el sol cae sobre la colonia Camino Verde, localizada al este de la ciudad, donde se asientan decenas de familias, hijos o esposas de unos 200 hombres que se encuentran recluidos en “El Hongo”, como le dicen a la prisión estatal. Desde aquí, el viejo Francisco tiene un último deseo antes de morir: “Una guitarra para zurdos. Quiero tocarla como cuando era joven, tocarla en la libertad”.

Él sabe que morirá pronto y no le teme, por el contrario, espera a la muerte. También sabe que probablemente partirá desde su cama en Ministerio Siloh, el albergue para ex presidiarios que pasaron toda una vida en prisión, en México o Estados Unidos, y al recuperar la libertad han sido olvidados por sus familiares y rechazados por la sociedad. Discriminados por todos.

De presidiario a pastor

El 17 de enero de 2003, Juan Carlos Castro salió de prisión; recuerda con frescura la fecha. En 1999 fue encarcelado por asaltar tráileres en carreteras de Estados Unidos. Un nayarita que cruzó la frontera cuatro años antes de forma ilegal en busca del sueño americano y que desde los 18 años “brincó” de prisión en prisión.

En cuanto recobró su libertad fue deportado a Tijuana, Baja California, donde no tenía nada. Con una esposa y dos pequeños hijos, dormían en su carro. Lo que lo consolaba era pensar que Jesús estaba con él, pues durante su estancia en las prisiones de California se unió a un grupo cristiano que le transmitió “la palabra del señor”.

“Ahí es donde pude encontrar la luz. La luz a un nuevo camino, un nuevo horizonte. Era un congregante que me gustaba escuchar la palabra de Dios. Cuando llegue a Tijuana, tuve el llamado”; así, el ex reo se convirtió en el respetado Pastor Juan Carlos.

Recuerda que desde que llegó a Tijuana, acompañado de su esposa Sandra, les gustaba ir a caminar a la zona llamada “El Bordo”, donde duermen cientos de migrantes. Aquí invitaban a algunos deportados o ex reos a refugiarse en su pequeña casa que adquirieron gracias a una donación y su trabajo.

Fue hasta 2007 cuando Carlos y Sandra decidieron fundar “Ministerio Siloh”, un albergue para los más necesitados, que como Carlos al salir de prisión no tenían nada, específicamente la gente de edad avanzada que acabarían inevitablemente mendigando en las calles. Hombres “arrepentidos”, pero que de poco les sirvió al estar toda la vida en prisión y que para la sociedad siguen siendo criminales.

“Sí se puede la restauración en otras personas, si lo logró el Señor conmigo sé que lo puede lograr con otros. La visión es que todos tenemos una segunda oportunidad, aunque la sociedad nos rechaza por los antecedentes penales; la mayoría de las personas son de la tercera edad y ya no les dan trabajo”.

Piden otra oportunidad

Los pasitos cautelosos, la mirada perdida y el golpeteo de un bastón de metal anuncian la presencia de Arturo Martínez; la fragilidad de sus movimientos delatan su incapacidad: perdió la vista, casi en su totalidad. Apenas percibe finos destellos de luz, su único contacto con la libertad.

Irónica es la vida: unos meses antes de salir de prisión le notificaron que iría perdiendo la visa, hasta que sólo hubiera oscuridad. Aunque a Arturo ya no le era tan extraña. Durante 25 años estuvo en las “sombras”; primero en las Islas Marías, después en la penitenciaria de Tijuana y terminó su reclusión en el frío penal de El Hongo.

Mira de frente, pero realmente no sabe que estamos sentados frente a él: “Mire, yo salí apenas este 24 de junio, estuve en la prisión desde 1989 por venta de drogas en Zamora, Michoacán; mi oficio es albañil, pero usted sabe… cuando uno tiene hijos, que hace falta ésto, que los niños quieren vivir mejor”, se justifica.

Se lo llevaron directo a las Islas Marías y desde ese día comenzó a purgar su condena, “cortaba leñita, pegaba bloque” y levantó bardas de cantera. Luego de ocho años, Arturo fue liberado, emprendiendo la búsqueda de su familia, que, según versiones en el pueblo, se había ido para Tijuana.

“Y me asaltaron, dos hombres y pues me defendí y los mate. Ni modo, ya pasó, de que lloraran en casa ajena que en la mía, mejor en la de ellos, me querían matar y me defendí”, comenta el hombre.

Arturo, el ex presidiario que recién cumplió 52 años, no perdió la vista de forma natural: los motines en la penitenciaria de Tijuana el 14 y el 17 de septiembre de 2008 -que dejaron como saldo más de una veintena de muertos- le arrancaron la vista. Explica que los doctores consideraron que los gases lacrimógenos afectaron terriblemente sus ojos.

“Todo empezó cuando mataron a un muchachito porque le descubrieron un celular y se les pasó la mano; el motín empezó en el edificio cinco; yo estaba en el uno, pero se alborotaron en las celdas y todos salieron. Pasaban por mi pasillo -son corredizos- y aventaban el gas pimienta y se regó todo; no sabe, me tapaba con garras mojadas, toallas en los ojos, pero no dejaban de llorar, no dejaban de llorar”, relata.

Asegura que desaparecieron a muchas personas, a él afortunadamente le ofrecieron trasladarse al penal de El Hongo, y expone que aceptó apresuradamente, pues en su celda dormían 35 personas: dos parejas en cada cama, otros amarrados con hamacas y debajo de las literas. “Pero ya pasó, gracias a Dios. Mi Dios no me ha quitado la poquitita luz de mis ojos”.

Días antes del 24 de junio, a Arturo Martínez comenzó angustiarle la idea de salir de prisión. El día más esperado desde hacía 15 años se convertía en un dolor de estómago. Le habían platicado que su madre sufrió una embolia y nadie podría tenderle la mano.

Hasta que conoció a Carlos. “El pastor me recibió y me ha tratado aquí, porque no puedo trabajar, primero por la edad, tengo más de 50 años y casi no veo”. A pesar de ser ciego, para Arturo fue una bendición recuperar la libertad, quitarse la venda que traía encima.

“¡Yo antes era muy soberbio y rebelde, pero de mi boca ahora salen puras palabras con amor, no vea que no se me salen las malas palabras, pero yo quiero una nueva oportunidad. Pero como uno ya pasó por la prisión, sale usted con la gente y lo ven mal, le hacen el feo. Te cierran la puerta”, lamenta.

Juan Carlos Castro, quien coordina la organización civil en ayuda de los ex reos, considera que todos tienen una segunda oportunidad; sin embargo, ha sido complicado conseguir fondos de gobierno para los tratamientos y cuidados de hombres mayores o con alguna discapacidad, como Francisco o Arturo.

En Ministerio Siloh se refugian más de 25 personas que purgaron una condena en México o Estados Unidos, la última parada para aquellos que pasaron muchos años en prisión y que a pesar de su arrepentimiento siguen siendo discriminados por todos.

“Para contactar a ex reos, sus familiares se pueden comunicar a los teléfonos (619)701-23-38 y (664)355-80-70″, invita Carlos en busca de reintegrar a los “arrepentidos” con sus familiares.


Fuente: El Universal

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