Pedro Martínez
Revista Saltillo
Se le habían acabado las fuerzas; ya no podía seguir luchando para tratar de zafar los apretados cintos de piel que ataban sus manos y pies, mucho menos, expulsar un grito para quitarse la prenda que lo había enmudecido, por eso, entre el fuego que lo consumía, dio su último suspiro…
Era inevitable; en el domicilio marcado con el 871, de la calle De la Fuente, de la Zona Centro, un intenso olor a “carne asada” salía de su interior, no era más que el resultado de una terrible muerte en manos de una mujer embarazada.
UNA EXTRAÑA EN LA CASA
Por la muerte de Enrique fue por el delito de homicidio calificado con ventaja y traición. Por la muerte de María fue por homicidio calificado con brutal ferocidad.
Todos los días, Yesenia Ramírez Cruz, de 21 años, salía con dirección a la casa de la señora María de la Luz Ramos Carreón, mejor conocida como “Doña Lucha”, para realizar la tradicional limpieza en cada uno de los cuartos del 871 de De la Fuente.
Era una actividad cotidiana que le daba algunos pesos para sobrevivir y así aportar algo al hogar, en donde vivía feliz con su esposo e hijo.
De hecho, Yesenia, que se decidió apodarla “La Sirvienta”, pasaba por un momento de felicidad, pues estaba viviendo el cuarto mes de embarazo.
Al principio, como lo asegura en su declaración, todo circulaba de manera regular, de tal manera que acudía con gusto por las tardes a limpiar la casa, pero un día, sin imaginar que ese momento cambiaría el rumbo de su vida, sucedió lo menos inesperado.
Mientras limpiaba por debajo de la mesa vieja de madera que se encontraba en el primer cuarto, Yesenia sintió un leve golpeteo en sus glúteos, era Enrique Gerardo Sánchez Ramos, el hijo de “Doña Lucha”, quien de manera intempestiva quiso saciar sus actos más viles.
La limpieza se había convertido en un martirio, los intensos acosos sexuales que recibía de parte de Enrique eran de todos los días; las ansias asesinas estaban por salir de su, ya cansado, corazón y de su pensar a punto de estallar.
MENTE CRIMINAL
Era un día como cualquier otro, de aquellos que la cotidianidad hace repetir las mismas cosas del anterior; se levantó, preparó a su hijo, alistó el almuerzo y esperó a que dieran las 16:00 horas para acudir a la casa de “Doña Lucha”.
Un poco despeinada, con el cabello a los hombros y con una blusa azul de tirantes, acompañada de unos jeans color azul, Yesenia se dirigió al 871 para iniciar con su día laboral.
“Llegué y pregunté por la señora María de la Luz, pero su hijo Enrique me dijo que no estaba, cuando a la fuerza me agarró y me metió a la casa, fue cuando en uno de los cuartos, en donde estaba una computadora, empezó todo”, expresó en su declaración a la que tuvo acceso Zócalo Saltillo.
En un remolino de fuerzas, Yesenia, como podía intentaba no caer en las tentaciones de Enrique, ya que la brutal fuerza que emanaba de su desquiciada manera de empaparse de los más bajos instintos, movían cada vez más su mente criminal.
“Quería tener relaciones sexuales conmigo a la fuerza; yo no podía defenderme bien porque estaba embarazada”, argumentó en ese entonces.
A punta de golpes, Enrique la llevó hasta el cuarto en donde estaba su recámara; limpia, sin un pedazo de suciedad, como si estuviera lista para cometer uno de los actos más crueles que han pasado en Saltillo.
“En ese rato el señor Enrique me llevó aventando hasta el cuarto en donde estaba su recámara, aventándome a la cama, me abrió mis piernas y me penetró”, contó en una de sus declaraciones.
Por su mente pasaba algo que jamás imaginó que sucedería: matar a su patrón y llevarlo hasta el infierno por haberla violado y, lo más penoso, dormir al lado de su esposo sin poder contarle, era eso lo que la estaba matando.
“Después me dijo que quería hacerme el amor de nueva cuenta porque no se había saciado, la verdad no quería, pero no tenía de otra”, indicó.
LIMPIEZA FATAL
Pensó en una limpieza de esas que acaban con el alma y matan el espíritu, por eso no dudó ni un solo segundo en tomar la decisión más certera de su vida: terminar de tajo con el sufrimiento que mantenía en la cama del señor Enrique.
Yesenia todavía no podía asimilar lo que su patrón le pedía sin pena alguna, era algo que ni siquiera con su esposo había hecho y, mucho menos, había pasado por su cabeza.
“Me pidió que lo amarrara con unos cintos que estaban en la cama y le amarré primero la mano izquierda con un cinto de color café.
Luego la mano derecha con una bufanda roja con azul”, mencionó, “después los pies con unos cintos de piel".
"También le puse unos pants al parecer de color gris en la boca”.
Con los pantalones ya por debajo de sus partes íntimas, Enrique esperaba desesperado que su “sirvienta” se subiera y le realizara la limpieza que esperaba ansioso, pero para su infortunio, su madre entró.
Era “Doña Lucha”, quien sorprendida no podía creer la posición en la que se encontraba su hijo; amarrado de pies, manos y, para rematar, con unos pants que le impedían decir una palabra.
“La señora María entró y luego agarró un martillo de una mesa, queriéndome dar un golpe, pero al tratar de pegarme con el martillo lo esquivé, aventándola al suelo, para después quebrarse la madera”, explicó.
Así y con las ganas de salvar a su hijo, trató de desatarle los pies, lo cual lo logró, pero sin medir su necesidad de acabar con lo que había empezado, Yesenia tomó el martillo y la golpeó en la cabeza en repetidas ocasiones.
Un charco de sangre fue la primera escena de terror, después al ver forcejear a la persona que minutos antes había acabado con su dignidad, tomó un sable y comenzó a cortar en pedacitos una de sus extremidades.
“Me fui hacia el cuarto en donde estaba una computadora, pero alcancé a ver en la tele que iban a ser las 4:30 de la tarde, para eso también decidí robarme unos aparatos, mismos que los guardé en una bolsa de plástico, así hice la limpieza”, contó.
SIN RASTRO
Yesenia, no imaginaba como iba a salir de aquel fatal suceso, pues todavía Enrique y “Doña Lucha” estaban con vida, pidiendo entre suspiros la clemencia de su captora.
Un sudor frío comenzó a caer de su rostro, como si la voz del mismo diablo empezara a susurrar por su oído y le ordenara que no dejara con vida a la madre y al hijo.
Y así fue, salió de la casa y fue en busca de un líquido que la llevara a la completa destrucción de dos seres humanos que estaban luchando por sobrevivir a los fuertes golpes y “tajazos” que minutos antes les había dado.
Yesenia no quería dejar rastro alguno de lo que ahí ocurrió, por eso al encontrar el combustible que buscó por varios minutos, regresó para rociarlos y dominada por sus instintos asesinos les prendió fuego.
“Huele a yerba quemada, no sienten”, fueron las palabras que dijo Yesenia a su suegra y cuñada cuando llegó a su casa ubicada en la calle de Ateneo 908, de la Zona Centro, después de haber quemado todavía con vida a madre e hijo y de haber vendido los artículos que robó por 70 pesos en una casa de empeño.