Michoacán
Con un estruendoso rugido, los camuflados camiones militares salen de la base, mientras los soldados mexicanos a bordo ajustan sus pasamontañas y se aferran a sus fusiles Heckler & Koch G3.
El convoy de tres camiones se distancia de la base para patrullar la árida y montañosa región en el estado occidental de Michoacán, cuando suena dentro de uno de ellos una radio con la frase “Tres R’s, de 53”: Tres vehículos del ejército están yendo hacia ustedes.
Pero no era la voz de ningún soldado, sino de un miembro de los Caballeros Templarios, un cartel narcotraficante cuasirreligioso que controla la zona y de hecho, casi todo el estado. Tiene una red de espías que vigila los movimientos de los militares y de la policía a toda hora. La agrupación criminal no sólo se financia con el tráfico de metanfetaminas y marihuana y con la extorsión, sino que también administra carreteras, controla la economía local y funge de cobrador de deudas para los habitantes frustrados con la ineptitud del sistema judicial, dicen soldados.
“Sobre todo aquí en la ciudad, gracias a esa organización que tienen con tanta vigilancia, tan bien organizada, tan bien hecha, les permite andar en la ciudad con alguna soltura”, dice el teniente coronel Julices González Calzada, líder de la patrulla.
Felipe Calderón inició su presidencia en diciembre del 2006 despachando al ejército a Michoacán, su estado natal, para combatir el crimen organizado ante el temor de que los carteles pasarían de ser organizaciones criminales a controlar la sociedad civil. Su gobierno sostiene que ha asestado duros golpes a los grupos narcotraficantes mediante una ofensiva enfocada en el liderazgo, que ha llevado a la muerte o captura de 25 de los 37 hombres más buscados del país.
Pero Calderón no ha logrado impedir que los cárteles se infiltren en la sociedad en los áridos parajes de Tierra Caliente, donde reinan las mafias y mucha gente se ha ido porque no pueden vivir o trabajar con seguridad. El gobierno eliminó a la cúpula del cartel anterior, La Familia Michoacana, pero otra agrupación denominada los Caballeros Templarios pasó a controlar la zona.
Los soldados dicen que no pueden hacer mucho ante un adversario que se infiltra entre la población, y que cuando logran asestarle un golpe a la organización, está tan profesionalizada y jerarquizada que sin mucho contratiempo se recupera.
Actualmente, por lo general, ambos bandos coexisten.
FLORECE, A PESAR DE TODO
Para poder captar la visión del conflicto desde el punto de vista del soldado común, The Associated Press pasó dos días con el Batallón 51 de la 43ra Zona Militar, un vasto páramo patrullado por unos 3.000 militares, una cantidad que se ha duplicado desde que Calderón lanzó su ofensiva.
El general Miguel Angel Patiño, el oficial a cargo de la región, dice que “hemos estado haciendo nuestro trabajo día a día y hemos limitado muchísimo su actuación. Entonces ya no tienen esa libertad de acción que tenían antes”.
Pero al patrullar los áridos bosques, los campos de aguacates y los humildes poblados, queda claro que el cartel reina sin mucha restricción. Los soldados señalan las pintorescas mansiones provistas de aire acondicionado que se destacan entre la multitud de viviendas pobres.
En las colinas que rodean a El Alcalde, un pueblo a 19 kilómetros de Apatzingán, hay unas instalaciones deportivas recién construidas, con un ruedo para las peleas de gallos y una plaza de toros con capacidad para cientos de personas. Los establos cuentan con caballos robustos y bien cuidados. Los militares sostienen que las instalaciones fueron obra de los Caballeros Templarios.
El gobierno de Calderón sostiene que sus esfuerzos están reduciendo la violencia en México, aunque hace más de un año dejó de reportar el número de muertes en la lucha contra las drogas cuando la cifra ascendía a 47.500 desde el inicio de su sexenio. Muchos grupos privados calculan que ahora suman unos 60.000.
Ciertamente hay más calma en Tierra Caliente, donde en el 2009 La Familia arrojó los cuerpos torturados de 12 policías federales que trabajan en la zona.
En el 2010, la policía se enfrascó una batalla con pistoleros del cartel durante varios días cuando los delincuentes secuestraron autobuses y les prendieron fuego, bloqueando varias carreteras en la capital del estado, Morelia. Las autoridades dicen que la matanza culminó una vez que cayó el fundador de La Familia, Nazario Moreno González, aunque sus restos no han sido hallados.
Los militares dicen que los enfrentamientos ahora no ocurren más que una vez por mes. Pero hasta el general admite que eso se debe a que los Caballeros Templarios le ganaron la guerra a una organización criminal rival.
“Y lo que están haciendo los Caballeros Templarios es mantener un control muy estrecho en la delincuencia organizada de esta área”, dijo Patiño. “Ese dominio del cartel le ha permitido al área, hasta cierto punto, mantenerse un poco tranquila”.
Y ciertamente la mayoría de los habitantes son discretos. Nadie quiere hablar del cartel que domina su zona.
Cuando el entonces alcalde de Apatzingán fue interrogado por reporteros el año pasado sobre la ola de secuestros, el funcionario casi se puso a llorar.
“Me dan ganas de irme, de renunciar a este trabajo, porque yo no estoy hecho para esto. No puedo garantizar la seguridad de todos, no puedo asegurar siquiera la de mis hijos, que también corren peligro”, dijo el entonces alcalde, Genaro Guízar en una emotiva entrevista con el canal de televisión Milenio.
ORDEN MÍSTICA
El territorio del cartel comienza a la entrada de la base militar en el centro de Apatzingán. Las cinco entradas son vigiladas todo el tiempo por los Caballeros Templarios, al igual que ocurre casi con toda salida de cada carretera, puesto de peaje y plaza pública, dicen los soldados.
El cartel está conformado mayormente por hombres de Tierra Caliente, y se consideran una orden cristiana mística dedicada a la protección de la población de los abusos de la policía y el ejército. Han publicado por lo menos dos libros y varios folletos con las memorias y enseñanzas de sus dirigentes, principalmente de Moreno.
Hasta los soldados reconocen que el cartel goza de apoyo popular gracias a sus conexiones familiares, patrocinio de comunidades locales y hábil manipulación del descontento popular hacia las autoridades.
El cartel tiene sus “academias de entrenamiento”, incluso una en Apatzingán, que ofrece cursos de liderazgo en que los capos del cartel son descritos como hombres de honor, seguidores de religiones asiáticas además del catolicismo, dedicados a proteger al pueblo de Michoacán de un gobierno que, según sostienen, es manipulado por un grupo ultraconservador denominado El Yunque.
Según la cúpula del cartel, es su deber resistir a las autoridades porque según dicen, el gobierno de Calderón usó la inseguridad pública como pretexto para lanzar una sangrienta ofensiva.
CASAS BIEN CUIDADAS
El ejército dice que es bien recibido en Tierra Caliente, aunque la comisión de derechos humanos del estado de Michoacán sostiene que las denuncias contra policías federales y soldados en Apatzingán han aumentado pronunciadamente, de 69 en el 2008 a 391 el año pasado.
En escuadras de seis o siete, los integrantes de 51er Batallón montan guardia desde la parte trasera de sus camiones y un soldado controla la ametralladora pesada montada en el techo de la cabina. Salen por un camino agreste, hacia un puñado de aldeas habitadas por la cúpula de los Caballeros Templarios, entre ellas la de El Alcalde, donde se detienen enfrente de una casa pintada de amarillo, llena de modernos artefactos electrodomésticos y rodeada por una cerca coronada con alambre de púas.
El portón está abierto, así que los soldados se aproximan a las ventanas abiertas, apartando las cortinas para ver hacia dentro. La casa se limpia todos los días, pero rara vez hay alguien allí. Para los militares no cabe duda que es propiedad de alguno de los capos de los Caballeros Templarios.
Cada uno de los poblados contiene una vivienda similar: recién construida, aseada, llena de artículos lujosos, con portones de madera gruesa tallada, pisos de mármol, columnas estilo griego, y rosales bien podados. La mayoría está ubicada en la parte alta de la zona, al borde de la aldea, con vistas hacia las carreteras y los demás terrenos. Es obvio que el dinero que costaron no puede provenir solamente de cosechar aguacates.
En las afueras de la aldea hay un santuario dedicado al fundador de La Familia, Moreno González, al tope de unos empinados escalones de concreto. Decenas de velas que habían sido colocadas al pie del monumento yacen pulverizadas, las puertas de vidrio de la capilla están rotas y proliferan los agujeros en las paredes, a todo parecer, marcas de balas.
Una “Z’’ ha sido pintada frente a la capilla, firma de la banda paramilitar Los Zetas, que luchó contra los Caballeros Templarios y contra La Familia antes de ser expulsados por los Caballeros. González dijo que él cree que los Caballeros Templarios han dejado la fachada del lugar así a propósito, para recordarle a la gente de que deben mantenerse alerta ante cualquier posible ataque de los Zetas.