San Nicolás de los Garza, Monterrey
El chavo llegó corriendo hacia mí en una diagonal de unos siete metros que trazó desde la bocacalle de la 1° de enero, justo en su cruce con Bartolomé de la Casas hacia donde yo acababa de descender de mi vehículo. Por su voz indefinida, acaso tenue, pero decidida, seguramente era menor de edad”.
El abogado José Guzmán hace una pausa y recuerda las palabras que infirió el ladrón.
“Dame todo, dame todo” -me dijo, mientras yo descifraba el mensaje a una velocidad que a él lo inquietaba.
-Dale todo, papá, dale todo -le dijo su hija, que también acaba de bajar del coche.
El chaval portaba un revólver negro. Antes de darle las llaves de su modesto Platina Nissan, hizo otra pausa que molestó al ladrón.
La confusión embargó a Guzmán desde que el huerco aquel se le presentó corriendo, haciendo alharaca. “Llegué a pensar que ese día era Halloween y que el muchacho me gastaba una broma y como segunda opción, imaginé que era un estudiante chistoso que quería lucirse ante su amigos (al lado de él iba otro, y atrás de ellos otros dos)”.
Incluso llegó a pensar que el revólver aquel con el le apuntaba primero al abdomen y luego al corazón -que naturalmente registraba una aceleración, así, a secas- pudo haber sido de salva, pero no hizo el intento de averiguarlo.
“Sí, por un momento pensé forcejear con el asaltante… derribarlo de un derechazo, o tumbarle el arma con un puntapié, pero esa intrepidez no era permisible. Mi hija tenía a su lado otro criminal que ya la había dejado sin su bolso, donde además de mil 500 devaluados pesos llevaba todo lo que carga una mujer (pinturas, más pinturas, lápiz labial, llaves, y un largo etcétera)”.
Fueron segundos largos. Eran las 20:44 del sábado en aquel cruce de la colonia Roble, de San Nicolás.
Parecía que el tiempo se estaba deteniendo en esos precisos momentos, en que afuera de ese ciber que abre las 24 horas el abogado y su hija eran sometidos por aquellos pandilleros.
Fueron segundos algo así como vividos en cámara lenta.
Pero aquello requería prontitud y el afectado tenía que cooperar para no ir al quirófano, al panteón, o a la cárcel por haber golpeado a cuatro menores.
No le quedaba otra, tragarse el coraje y administrar la adrenalina.
Por eso vació una por una las bolsas de su pantalón “de ecologista frustrado”, verde descolorido con más bolsas que un cazador (por decir algo). Era de seis bolsas.
Primero entregó las llaves del auto -cuyo seguro no estaba seguro si había pagado o no a tiempo. Ni modo, más se perdió en la guerra. Además, pensó, yo valgo más que un austero de la Nissan o de la que sea.
“Caminé lentamente hacia la banqueta con el sujeto ahora apuntándome a la espalda y le entregué mi vieja cartera Fossil con cinco dólares, varias tarjetas y papeles, el celular… le dí varios billetes sueltos, de 100, de 200 y de 50, más papeles, tikets de Soriana y el Super 7 -me dijo que todo-, unos lentes para leer y una imagen de San Juditas Tadeo”.
La imagen se la quitó y él ladrón entendió, sin mediar palabra.
Guzmán se subió a la banqueta, abrazó a su hija y lamentó el momento murmurando con voz baja… “chingadamadre”.
-Estás bien, mi amor -le dijo a su retoño que casi lloraba, según me dijo más de coraje que del susto.
Su amiga con la que se quedó de ver en el ciber que se encuentra exactamente en ese sitio aún no llegaba, porque la cita pactada era para las 21:00 horas.
¿Quién nos manda ser tan puntuales? Los abuelos. Rieron nerviosos.
Pero lo peor aún no pasaba. Había que llamarle a la Policía, rogar porquen no fueran a ser “malos” los que nos recibieran el reporte, llamar a la aseguradora y soportar el ritual del hacer fila (porque en San Nicolás se registran unos 30 robos, muchos de ellos con violencia, cada sábado).
Parecían la pura verdad los oficiales nicolaítas que llegaron en una camioneta Nitro (pagada con los impuestos ciudadanos) a pedir los datos. Ya antes había llegado por allí al lugar de los hechos una mujer abordo de un Atos, disque policía de barrio, de proximidad.
Consciente de que los hubiera no existen, el abogado Guzmán sólo lo pensó: “Si hubiera pasado por allí hace 15 minutos…”
Un hombre que se paró frente al afectado le dijo: “Lo asaltaron, verdad. Tenga cuidado en CEDECO, porque muchos polis son zetas. Un amigo que denunció el robo allí fue amenazado por los propios policías”.
Una mujer del sector también le hizo una recomendación: “mejor vaya con los soldados, esos sí son buenos”.
Guzmán insiste en que los hubiera no existen, pero piensa, si el alcalde Carlos de la Fuente hubiera hecho su chamba preventiva, por esas calles; si aquellos chavales hubieran recibido educación en lugar de drogas y falta de oportunidades, y si su hija en lugar de citarse en aquel ciber peligroso se hubiera visto con su amiga en casa, en la de ella o en algún otro sitio más seguro.
¿Seguro?
Fuente: Milenio